Estrellitas

miércoles, 1 de mayo de 2013

Publicación en el periódico, en el año 1916, sobre el antiguo manicomio de Granada y de otros manicomios nacionales, además de la vida de los enfermos:


Los manicomios españoles por el Dr. Gonzalo Lafora


El atraso que el aislamiento europeo y el misoneísmo de las pasadas generaciones de españoles imprimieron en muchas de nuestras instituciones (universidades, escuelas, instituciones penitenciarias, centros de beneficencia, etcétera), se manifiesta como en ninguna otra en los manicomios, refugios de desgraciados a quienes la sociedad quiere olvidar o ignorar. Muchos de estos establecimientos provinciales asientan en vetustos edificios de tres y cuatro siglos, insalubres, sucios y abandonados, que contrastan por su pobreza con otros vecinos de construcción moderna y suntuosa y habitados por ricas instituciones religiosas o dedicados a la vistosa fiesta nacional. Todos aquéllos tienen una tradición gloriosa: ora fueron fundados por un santo varón, ora alojaron a otro en periodos de perturbación mental, o bien en ellos se iniciaron métodos de tratamiento muy humanitarios para una época ya remota. Hoy, sin embargo, no son más que lugares de atraso y de vergüenza nacional. Su organización entera se mantiene inmutable y de acuerdo con la época de creación. Ninguno de los avances del siglo XIX han impreso en ellos la más leve huella, y de esto son principales culpables los psiquiatras españoles que, ignorantes o abandonados, no han levantado nunca una voz de protesta que llegase hasta nuestros gobernantes.
En estas notas queremos fijar la época histórica en que aun se desenvuelven en España este género de instituciones. Para ello tendremos que señalar ciertas atrocidades increíbles, y tememos que nuestro atrevimiento y ansia de renovación nos traiga denuestos de varias partes; pero es preciso contribuir a que desaparezca este oprobio, que en el Congreso Internacional de Medicina celebrado en Madrid en 1903, originó innumerables críticas y artículos de los profesores extranjeros.
En el interesante libro de Bernard Hart sobre la "Psicología de la locura" (The psychology of insanity, Cambridge, 1912), hace este autor un breve resumen histórico sobre las diferentes concepciones de la locura que ha tenido la humanidad, y las clasifica en cuatro: demonológica, política, fisiológica y psicológica. Cada una de estas concepciones ha llevado como consecuencia una diferente conducta de la sociedad para con los alienados.
En la concepción demonológica de las primeras edades, que toma gran vigor en la Edad Media, la locura es considerada como la manifestación de un ser espiritual, divino o demoníaco (variable según las creencias religiosas de la época o país), el cual habita el cuerpo del paciente o le influencia desde fuera. El loco es, pues, ensalzado o perseguido, según la clase de espíritu que sus contemporáneos suponen le influencia.
Aparece luego la concepción política, en la que la sociedad sólo se preocupa de librarse del alienado, encarcelándole o recluyéndole1. Ya no cree que sea un poseído del diablo; pero tampoco le concede ningún derecho o consideración social.
A principios del siglo XIX, con Pinel y Esquirol en Francia, y con Tuke y Conolly en Inglaterra toma cuerpo la concepción fisiológica, ya iniciada por Hipócrates más de mil años, antes, pero abandonada por el oscurantismo medioeval. En esta concepción fisiológica, el loco es considerado como un enfermo del cerebro (órgano donde radica el pensamiento), y la sociedad le concede el derecho a ser tratado como un ser humano. Conviértense entonces los manicomios en sitios de orden y confort, y el paciente es cuidado y estudiado científicamente. Es la época del humanitarismo y cientifismo, en que se prohíben los métodos coercitivos y empieza a iniciarse el no-restraint de los ingleses.
Como una derivación científica de esta última concepción y para explicar ciertos fenómenos anormales de las psicosis funcionales, surge recientemente, con Janet, Kraepelin, Freud, Bleuler y otros, la modernísima concepción psicológica, la cual investiga los mecanismos mentales en un sentido puramente psicogénico.
Veamos ahora en cuál de estas fases se encuentran nuestras instituciones oficiales para alienados. De nuestras visitas a varios manicomios provinciales (los de Cádiz, Granada, Toledo, Madrid y Valencia), creemos poder afirmar que nos encontramos todavía en plena concepción política. Escogeremos algunas de nuestras numerosas fotografías para demostrar nuestro aserto.
Hogarth, que ha descrito plásticamente la época de la concepción política, dice así: "Los hombres estaban cubiertos de suciedad, encerrados en celdas de piedra, frías, húmedas, sin aire y luz y con un lecho de paja, que rara vez era renovado y con frecuencia se convertía en un foco infeccioso; horribles mazmorras, donde deberíamos tener escrúpulo de alojar a los más viles animales. El loco arrojado en estos receptáculos estaba a merced de sus guardianes, y estos guardianes eran licenciados de presidio. Los desgraciados pacientes eran cargados de cadenas y atados como esclavos de galeras".
Esta espeluznante descripción es casi aplicable a las mazmorras que hemos visto en el Manicomio Provincial de Granada, del que proceden las dos primeras fotografías, obtenidas en el último Abril (v. figs. 1 y 2). Un ceñudo guardián con recio manojo de enormes llaves nos va abriendo las sólidas puertas de estas celdas-calabozos. El piso es de piedra con un canal para el desagüe. En un lado, sobre un montón de paja, que hace de lecho, yace un enfermo casi desnudo, lleno de suciedad y completamente abandonado. Cada puerta tiene una ventanilla enrejada para que los guardianes puedan observar a los recluidos. Abundan los motivos para agua-fuertes a la manera de Goya. Tiene razón Hogarth al decir que no tenemos a los animales en peores condiciones. Este famoso Manicomio de Granada, bello edificio del Renacimiento, fue visitado en 1903 por el célebre psiquiatra alemán Kraepelin, quien salió horrorizado al revivir en pocas horas las descripciones de manicomios de siglos pasados. Han transcurrido trece años más y todo permanece lo mismo.


La supresión de cadenas, esposas y otros brutales medios coercitivos que se impuso en Europa hace ya muchos años, se desconoce aún en los manicomios oficiales españoles. Véanse dos fotografías (figs. 3 y 4) obtenidas por nosotros este verano en el Manicomio Provincial de Valencia, uno de los más gloriosos y quizás de los más limpios que poseemos. En una aparece un joven demente, cubierto con un saco de amplias bocamangas, con los pies descalzos y enlazados por una cadena de recios anillos que sólo le permiten andar a saltitos. En la otra, un viejo tiene un cinturón metálico, del que derivan dos cadenas que inmovilizan sus manos. En ambas fotografías vemos a los típicos guardianes de nuestros manicomios, hombres ineducados, sucios, desgarbados y de una jovialidad amable. Los domingos conducen grupos de locos a presenciar la corrida de toros, y dicen que disfrutan mucho del espectáculo (!!!).


Del departamento de alienados del Hospital Provincial de Madrid, sólo diremos que permanece en el mismo estado que en la época de su fundación, hace ya dos siglos (1748). Allí no existen baños para los agitados, a los que se sujeta mediante camisas de fuerza, otro utensilio desterrado ya de todas partes. Cuando se empiezan a acumular los enfermos, una monja ordena traslados en masa a otros manicomios (al de Ciempozuelos o al de Valladolid), y los enfermos llegan a estos últimos con el único diagnóstico de enagenación mental y sin ningún dato ulterior que sirva para diagnosticarlos científicamente. Aún reciente es la publicación de agresiones de sus guardianes a un alienado.
Sobre los demás establecimientos visitados, no es preciso tratar. Con pocas variantes, todos adolecen de los mismos defectos. No tienen suficiente personal de médicos y enfermeros, ni la preparación técnica de este personal es adecuada, ni hay departamento balneoterápico, ni, consecuentemente a los anteriores defectos, se suprimen los medios coercitivos medioevales. Esta es la situación, descrita escuetamente. A consecuencia de esta situación, los enfermos no son estudiados psiquiátricamente por los médicos, que sólo se ocupan de asistir a sus enfermedades intercurrentes. Rara vez encontraréis a un médico en el manicomio para que os lo pueda enseñar. Sorprende, por ti contrario, que cuando se visitan los departamentos de cirugía de cualquier hospital provincial, se encuentran en un estado de relativa modernidad, y es que los cirujanos exigen los progresos modernos, que no saben imponer los médicos y psiquiatras.
La modificación de las condiciones materiales de los establecimientos psiquiátricos exige grandes sumas, que en otros países se obtienen por donativos y mandas de particulares humanitarios. En el nuestro esta forma de caridad es casi desconocida, pues ha sido sustituida por las espléndidas fundaciones en favor de comunidades religiosas. Esperemos que esto cambie y que las Diputaciones no abandonen sus obligaciones benéficas.
DR. Gonzalo R. Lafora 
Madrid, Octubre 1916.


1 Recuérdense las famosas torres, como la de Leipzig, donde los locos encarcelados servían de entretenimiento a los niños y paseantes del jardín público.

Reimpreso de: Gonzalo Rodríguez Lafora. Los manicomios Españoles. España. 12 oct. 1916. 90:8-10




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